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miércoles, 16 de septiembre de 2015

Patricia López: "estoy viviendo mi segunda adolescencia"

Por más que uno dice que se va a proteger para no volver a sufrir, las cosas pasan sin planearlas y uno se termina enamorando cuando se tiene que enamorar.
Siento que me ha rendido mucho en la vida, a esta edad estoy por encima del bien y del mal, puedo decir que he hecho de todo. Fui Señorita Colombia a los 18 años, viví sola en Francia estudiando periodismo, a los 21 me casé y a los 32 ya estaba separada y con dos hijos. Fue una separación muy amistosa; tal vez influyó mucho que mi exesposo es francés y, por su cultura, fue más fácil y no hubo tanto drama. Desde ese momento, ambos nos dedicamos a sacar adelante, de la mejor manera posible, a los hijos. Hoy digo orgullosa que tienen el mejor papá del mundo y la mejor mamá del mundo. Tienen 20 y 25 años y son unos hombres que me generan un gran orgullo; son juiciosos, trabajadores, buenas personas, gocetas, no apegados a lo material sino dispuestos a hacer muchas cosas.

Cuando me separé tenían 11 y 6 años. Estaban muy pequeños. Hace poco Maximiliano, el menor, me dijo que no tenía un solo recuerdo de sus papás juntos. No sé si es bueno o malo, pero lo que sí puedo decir es que ellos jamás vieron peleas, no vieron violencia ni agresión. En ese momento yo me vine para Bogotá y ellos se quedaron con el papá y mi familia y creo que eso ayudó a que ellos no sufrieran porque siguieron en la misma casa, en el mismo colegio, con sus actividades deportivas, los amigos, el club. Luego mi ex se fue para Francia y yo seguí mi vida laboral.

Cuando hay traición, mentira y engaño, es difícil superarlo. Uno deja de creer en todo, hasta en uno mismo. Tuve que ser creativa y echar mano de muchas personas y estrategias para salir adelante.

Me vine a trabajar con Yamid Amat en un proyecto llamado Viva FM, en radio, también empecé con el padrino Alberto Piedrahita Pacheco un programa en Caracol Radio que se llamó Pase la tarde y en Caracol Televisión hacía cubrimientos especiales a Señorita Colombia, a Miss Universo. Mi contrato incluía que me pagaran tiquetes cada fin de semana para ir a Medellín a ver a mis hijos. Durante tres años los visitaba cada fin de semana. Hoy me siento orgullosa de haber criado dos adultos felices, eso es difícil hoy en día. Uno vive en Dubai y el otro en París, aunque ya se va para California.

Por más que uno dice que se va a proteger para no volver a sufrir, que se vuelva desconfiado porque lo van a herir, las cosas pasan sin planearlas y uno se termina enamorando cuando se tiene que enamorar. Es una lotería; te puede ir bien o te puede ir mal, pero hay que disfrutar el momento y aprender siempre de cada experiencia. A veces uno se involucra en relaciones con la persona equivocada, solo que se demora 10 o 12 años en darse cuenta. Pero si uno lo mira en perspectiva, no puede negar que hubo momentos en los que fue feliz sin importar cómo terminaron las cosas.

Con mi segunda pareja (Luis Alberto Moreno) no me casé y estuvimos juntos 10 años. Esa sí fue una separación muy dura para mí, porque cuando hay traición, mentira y engaño, es difícil superarlo. Uno deja de creer en todo, hasta en uno mismo. Tuve que ser creativa y echar mano de muchas personas y estrategias para salir adelante.

Lo primero que hice fue irme seis meses de viaje, sentí la necesidad de alejarme de un entorno que me hacía daño.

Cuando volví pagué una nómina costosa de profesionales que me ayudaron. Tenía un psicólogo, un siquiatra, un coach, una profesora de yoga, una profesora de baile, un entrenador y a Santiago Rojas. Siete personas para ayudarme a superar este batacazo, porque no me lo esperaba. Yo pasaba la mitad del tiempo en Washington y viajaba mucho.

Y justo cuando estaba celebrando el día de la madre en Medellín, recibí una llamada telefónica de él en la que me suelta así no más: “mira, ya no te quiero, estoy enamorado de otra persona, te voy a mandar tus cosas a tu casa, porque esa persona viene a vivir conmigo y necesita el clóset”. Y así fue, a los días me llegó a mi casa una caja con mi ropa, una cantidad de vestidos largos de fiesta y abrigos de piel que ya ni uso.

Uno logra entender que no se va a morir, aunque esté convencida de que sucederá. Nadie se muere de amor por nadie y que nadie es indispensable para la felicidad de otro. Hoy puedo decir que mi felicidad está en mí, en hacer ejercicio, en bailar (tengo una profesora que me dicta clase dos veces por semana y nos escapamos a los rumbeaderos de salsa clásica con sus amigos), está en mis hijos, en mi entorno, en mis amigas, en mi familia.

Tengo mi parche de amigas que son fantásticas, divertidas, inteligentes, solidarias. Soy afortunada. Las mujeres debemos echar mano de esas amigas, porque son compañía, no juzgan, le alegran a uno el alma. Mi parche fue fundamental en mi recuperación. Mis hijos fueron muy protectores conmigo; el mayor escucha, entiende y da consejos sabios; el menor es crudo, duro, me dice las verdades sin anestesia.

Siento que la vida me dio la oportunidad de vivir, de disfrutar, de tener una segunda juventud. Estoy viviendo mi segunda adolescencia y tengo lo mejor de todos los mundos. Tengo la madurez de haber tropezado muchas veces y de haberme levantado muchas más; la madurez de haberme equivocado y haber aprendido de esos errores; de haber conocido mucha gente y de aprender de todas ellas. Yo me siento joven, bonita, y estoy disfrutando algo que nunca pensé, y es gozar con las cosas simples de la vida.

Me divierto haciendo ejercicio y bailando como loca, tengo amigos de diferentes edades, y de todos los tonos, desde el nerd hasta el tatuado… Salgo a caminar por el parque, estoy aprendiendo portugués. Mi vida no se parece a la que vivía antes en Washington, donde iba a fiestas de vestido largo y vivía rodeada de gente mucho mayor que yo. Ese era otro mundo, una vida de diplomática, un mundo dorado que no era mío; un mundo prestado. Antes no me ponía tacones —él era más bajito— y ahora no me bajo de mis puntilla. Gozo en Medellín, paso más tiempo con mis papás, disfruto viajando sola con mis hijos, porque antes viajaba con los hijos de mi pareja, no había espacio para los míos. Disfruto a mi sobrino y otra sobrinita nace la semana entrante.

Puedo decir que a pesar de que uno se vuelve más prevenido, de que se vuelve más protector y de que es difícil confiar en el otro, sigo siendo una optimista del amor.

Un gran aprendizaje que me queda de esta experiencia es que la gente no cambia por uno ni por el amor que uno le da. Eso no es cierto.


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