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domingo, 19 de enero de 2014

Ser mujer en Afganistán, un duro desafío

  • Pese a que el férreo régimen islámico del Talibán fue derrocado en 2001, todavía las mujeres son condenadas a prisión por dejar a sus maridos o por negarse a aceptar un matrimonio arreglado. 
  • Historias tristes y dramáticas Desorientada y sola en una ciudad desconocida, Mariam llamó a la única persona que conocía, el primo de su esposo.
Temía que él se negara a socorrerla porque ella había abandonado la casa familiar en la provincia de Kunduz, en el norte de Afganistán, para irse a la capital Kabul con el fin de huir de los maltratos que él le propinaba. Pero el primo prometió ayudarla. Aunque él estaba muy ocupado, le pidió a un amigo que la fuera a buscar, pero éste la llevó a una vivienda abandonada, la encañonó con una pistola y la violó. Una vez cometida la agresión, dejó a un lado la pistola y se sentó a ver televisión. 

Ella esperó pacientemente hasta que llegó el momento oportuno, agarró el arma, lo mató de un tiro en la cabeza y trató de suicidarse. “Tres días más tarde desperté en el hospital”, relató mientras mostraba la cicatriz que dejó la bala al rozarle el cráneo. Del hospital, Mariam fue enviada a un cuartel policial y de allí a Badam Bagh, la principal cárcel para mujeres de Afganistán, donde fue entrevistada por una agencia internacional de noticias para esta nota. Durante los últimos tres meses, Mariam ha estado esperando para saber las razones por las que la metieron presa, cuáles son los cargos, y cuándo puede irse. “No fui al tribunal; sigo esperando”, expresó.

Aferrada a un sucio suéter color marrón ante el frío de la cárcel, Mariam está entre 202 mujeres que viven en esa prisión construida hace seis años. La mayoría de las detenidas fueron condenadas a penas de hasta siete años por dejar a sus maridos, por rehusarse a aceptar un matrimonio arreglado por sus padres o por abandonar la vivienda familiar con su ser querido. 

UNA DURA REALIDAD 

Esos son “crímenes morales”, expresa el director de la prisión, Zaref Jan Naebi. 
Algunas de las mujeres estaban embarazadas cuando fueron confinadas, y otras trajeron a sus hijitos. Naebi dice que hay 62 chicos viviendo en la institución con sus madres. Suelen compartir las literas (camas estrechas y encimadas), dormir su siesta en las tardes, estar escondidos por una sábana que cuelga de una litera superior e ignorar los ruidos del cuarto adyacente donde las mujeres conversan y ven televisión. 

El Talibán fue derrocado en el 2001, lo que puso fin a cinco años de un régimen islámico férreo que reprimía a las mujeres e imponía leyes religiosas y códigos de moralidad estrictos. Las nenas tenían prohibido ir a la escuela, salir de sus casas sin la compañía de un varón y, en algunos casos, se veían obligadas a vivir detrás de ventanas pintadas de negro para impedir que extraños las vieran. 

Estaban además obligadas a vestir la burka, la túnica que las cubre de pies a cabeza. En los primeros años después del derrocamiento del Talibán, hubo algunos progresos para las mujeres: se inauguraron escuelas, se les permitió salir de sus casas, y muchas salieron, con burka y todo. Algunas se presentaron en televisión, otras fueron elegidas para el Parlamento. 

Pero los activistas a favor de los derechos de las mujeres en Kabul sostienen que poco después del derrocamiento del Talibán, el tema quedó en el olvido y hasta el presidente Hamid Karzai llegó a hacer comentarios de que el lugar apropiado para la mujer era el hogar. El Parlamento aprobó una ley que penaliza la violencia contra las mujeres, pero rara vez se implementa, según la Misión de las Naciones Unidas para Afganistán. 

“CRiMENES CONTRA LA MORALIDAD” 

Un informe reciente de esa misión sostiene que es difícil obtener datos sobre la violencia contra las mujeres, en parte porque las autoridades no quieren que se demuestre lo poco que se está haciendo al respecto. Aunque no es formalmente ilegal irse de casa o negarse a participar en un matrimonio arreglado, los tribunales en Afganistán suelen condenar a mujeres que huyeron de sus familiares abusadores, acusándolas de adulterio o de “crímenes contra la moralidad”, dice el informe.

“La actitud hacia las mujeres sigue siendo igual en casi todos los lugares, las leyes tribales son las que rigen y en la mayoría de los sitios nada ha cambiado en cuanto a la vida de las mujeres. Hay políticas, estudios y hasta leyes publicadas, pero nada ha cambiado”, expresa Zubaida Akbar, cuya organización de voluntarios, Haider, defiende los derechos de las mujeres y envía a abogadas o trabajadoras sociales a la prisión de mujeres para asesorar legalmente a las detenidas. 

En el sistema judicial afgano, dominado por hombres, Akbar asevera que aun cuando una mujer se presenta ante un juez, éste “dice que es culpa de ella y que ella tiene que volver con su marido, que no hay lugar en nuestra sociedad para que una mujer deje a su esposo”. La sociedad afgana sigue siendo profundamente conservadora, dominada por hombres y donde tribunales locales llamados “yirgas” dictaminan la entrega de mujeres o niñas para resolver deudas o disputas. 

En la prisión de Badam Bagh, rodeada de altos muros coronados con alambres cortantes, hay un pequeño espacio abierto donde juegan los chicos traídos por sus madres presas. Cerca de allí, unas mujeres cuelgan su ropa para secar. El edificio de dos niveles fue construido hace apenas seis años pero ya se encuentra decrépito y sucio. Las mujeres fuman sentadas en balcones llenos de tuberías de metal y basura desparramada. En los primeros años después del derrocamiento del Talibán, hubo algunos progresos para las mujeres: se inauguraron escuelas, se les permitió salir de sus casas. 

Algunas se presentaron en televisión, otras fueron elegidas para el Parlamento Naebi, director de la cárcel, indicó que las presas asisten a clases durante la semana sobre temas como aprender a leer y escribir, artesanía y corte y confección, a fin de que tengan alguna destreza para cuando salgan de la cárcel. Dentro del edificio austero y sombrío, en cada celda hay seis personas en promedio. 

Las literas cuelgan sobre las paredes. En algunas de las literas, nenes muy chicos duermen bajo cobijas sucias mientras sus mamás narran su historia. 

LA HISTORIA DE NURIA 

Nuria, vestida de marrón de la cabeza a los pies, trata de calmar a su bebé mientras cuenta cómo intentó ir a los tribunales para pedirle el divorcio a su esposo, con quien sus padres la habían obligado a casarse. “Yo quería divorciarme pero él no quería. Yo nunca quise casarme con él, yo amaba a otra persona pero mi padre me obligó, me amenazó de muerte si no me casaba con él”, afirmó. 

“Cuando fui al tribunal a pedir el divorcio, en vez de dármelo, me enjuiciaron por irme de casa”, expresó. El hombre del cual estaba enamorada también fue acusado y ahora está preso en la tristemente célebre cárcel afgana de Pul-e-Charkhi, hacinada y denunciada por los maltratos que ocurren allí. Cuando fue encarcelada, Nuria no sabía que estaba embarazada. Dio a luz en la cárcel. Aunque el bebé es de su esposo, que ofreció pedirle a los tribunales que la liberen si ella regresa con él, Nuria se ha negado. “Ahora quiere que regrese porque yo tengo al bebé, pero yo le dije que no. Saldré cuando se cumpla mi condena”, en ocho meses, remata Nuria.

Fuente: eldia.com.ar/

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